martes, 1 de septiembre de 2009

En el blog de Eterna Cadencia

Entrevista con Patricio Zunini

en El Popular de Olavarría

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Por María Inés Krimer


El policial gourmet.

Muchos han señalado la ausencia de detectives privados en la Argentina. El diagnóstico parecería correcto, ya que no estamos en un momento en que la literatura de género policial esté de moda en estos pagos. Salvo Negro Absoluto, que propone autores nuevos y ambientación made in casa, no hay otra colección de detectives circulando en el mercado. Por eso es de celebrar la aparición de Ceviche, de Federico Levin, que viene a sumarse a los ya publicados Santería, de Leonardo Oyola, El doble Berni, de Gandolfo y Sosa, El síndrome de Rasputín de Ricardo Romero y Los indeseables de Osvaldo Aguirre.
En el género negro no hay otra verdad que la experiencia: el detective se lanza al encuentro de los hechos, se deja llevar por los acontecimientos y su investigación desemboca, inevitablemente, en nuevos crímenes. La cadena es siempre económica. El detective no descrifra la trama sino la articulación entre el poder, el dinero y justicia. Como señala Juan Sasturain, la propuesta de Levin no podía ser más original: Levin ha dado una vuelta de tuerca a la hora de plantar su detective. El sapo Vizcarra vive y se mueve- poco, gordo y transpirado- en un medio callejero acotado- dos ambientes chicos en el Abasto y, -dentro del barrio- en ámbitos signados por la actividad gastronómica.
Mezcla de Pepe Carvalho, el detective gourmet de Vazquez Montalbán y con algo de Antonapoulus, el personaje de Carson Mc Cullers en “El corazón es un cazador solitario”, El Sapo fatiga las calles de un Abasto real y mítico a la vez no por su afán de investigar, sino, simplemente, porque quiere comer. Y un buen plato es un crimen perfecto. Además, como si esto no alcanzara, dice Levin “algo tenía que hacer con los olores increíbles del barrio”
Novela olfativa, entonces. Desde el inicio el olfato es el sentido que nos guía en el recorrido del Abasto con el Sapo. “Como si fuera un animal que se siente en peligro, el Sapo empieza a descubrir olores. Se presentan en bloque al principio, pero después logra desagregarlos y son muchísimos, hasta que quedan sobre la superficie un par de olores intensos que parecen bajar directamente de la escalera que está observando”. Que este tour de olores nos conduzca al restaurant de Doña Lili para asistir al concierto del grupo Sus Majestades Incaicas, a la muerte en vivo y en directo del Rey y al enfrentamiento de dos bandas de narcos peruanos es, ni más ni menos, que el condimento policial de esta novela. De entrada, como el Sapo, queremos seguir comiendo. La fuerza de la prosa de Levin nos mantiene las ganas intactas.
“No fue mala idea ir al velorio: Chicharrones de cordero, de cerdo, un ajiaco de conejo del que llegué a atrapar unos huesitos, y un tiradito de lenguado maravilloso. Lo pondría en la guía gastronómica de Buenos Aires, sino fuera porque me lo sirvieron frente a un cadáver y porque jamás escribiría una guía.”. Al contrario de la figura del investigador clásico, El Sapo es puro desborde. Mientras no para de hablar- ni de comer- empuja al interlocutor a decir lo que no quiere decir. El Sapo deambula por las calles del Abasto como Dupin en Paris, viendo – entre bocado y bocado- lo que nadie quiere ver, las mentiras y los secretos del barrio. Después de todo llegó a esto por las ganas de comer y así lo expresa. “Si un crimen me impide comer el mejor ceviche que probé en mi vida, tengo que tomar cartas en el asunto”. Buen provecho, entonces.

En Página 12

Martín Perez hace una lectura amable y un poco extraña (ve paraguayos en el Once donde hay peruanos en el Abasto).
Se agradece, de todas formas.